Si algo nos ha demostrado la borrasca Filomena es que una vez mas los transportistas siguen siendo los grandes olvidados de nuestra sociedad. Los ciudadanos se escandalizan cuando unos pocos miles de conductores particulares permanecen bloqueados 12 horas en la carretera.
Y tienen razón para estarlo, pero no parecen mostrar la misma sensibilidad cuando decenas de miles de conductores profesionales permanecen retenidos contra su voluntad en un margen de la carretera más de 72 horas seguidas embolsados, como ahora lo denominan oficialmente, como si de un paquete de comida se tratara.
“Esos transportistas son los que prestan un servicio esencial que la sociedad aún no ha sabido reconocer”
Estos profesionales de la carretera son los mismo que durante las pasadas fiestas navideñas permanecieron una semana atrapados en las pistas de un aeropuerto abandonado o en una cuneta de una autopista en Reino Unido, cuando se cerró la frontera británica. O los que cuando se produce cualquier conflicto o manifestación en la carretera resultan ser los principales perjudicados, sin que en ningún caso se organice operación alguna de salvamento para ir a rescatarlos.
Pero a su vez son los que hoy, con mucha dificultad y riesgo incluso para su propia seguridad, están transportando los alimentos y los productos médicos y farmacéuticos necesarios para que las ciudades no se queden desabastecidas después de las nevadas. Los mismos que están llevando miles de toneladas de sal para que los servicios municipales puedan eliminar el hielo de las calles, o los que están suministrando los combustibles necesarios para que ninguna casa se quede sin calefacción.
En definitiva, esos transportistas son los que prestan un servicio esencial que la sociedad aún no ha sabido reconocer.
